CÓMO UNA BANDA DE CRIMINALES RUMANOS CONQUISTARON EL MUNDO DEL SKIMMING DE CAJEROS

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Publicada: 3 de junio de 2020

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No eran el tipo de gente a quien vaticinarías el éxito: un grupo de hombres jóvenes, no particularmente preparados, de una pequeña localidad en una región agrícola en Rumanía. Pero era listos, tenían agallas y una serie de habilidades únicas.

Aprendieron todo lo que pudieron sobre tecnología bancaria, levantaron un negocio de cajeros automáticos y pronto estaban operando en Italia, un destino habitual para los inmigrantes rumanos con grandes sueños. Ganaron dinero, contrataron a más trabajadores y reinvirtieron los beneficios en expertos y en tecnología.

El grupo reclutó hábiles ingenieros en el creciente sector tecnológico de Rumania y establecieron vínculos con políticos y empresarios. Entonces se empezaron a expandir internacionalmente. Realizaron una gran inversión al otro lado del mundo, en el trópico mexicano. Trasladaron allí a sus profesionales y firmaron un acuerdo con uno de los bancos mexicanos más importantes. El grupo desarrolló nuevas tecnologías usando cajeros de fabricación china. El negocio iba tan bien que controlaban el 10 por ciento de los 2.000 millones de dólares que su sector genera anualmente a nivel global. Diversificaron sus actividades a otras ramas e invirtieron sus ganancias en bienes inmuebles por todo el planeta. Eran los titanes de su industria.

Si las cosas hubieran sido diferentes, su historia de pobres a millonarios podría haber sido la portada de periódicos de negocios, que ensalzan a los empresarios que triunfan en la nueva economía. Pero había un problema.

Su negocio era el skimming -el robo de datos tarjetas de crédito y débito a través de dispositivos ilegales implantados en los cajeros. Su líder no era un CEO, sino un criminal al que apodan el Tiburón. Y cuánto más grande se hacía su negocio, más crímenes tenía que cometer para que siguiera creciendo: intimidación, soborno e incluso asesinato.

Esta es la historia de un sindicato del crimen global que dio sus primeros pasos en el Este de Europa y que logró expandirse mundialmente tras instalar su cuartel general en México, uno de los países del mundo más afectado por el crimen organizado.

OCCRP y sus socios revisaron miles de documentos, entrevistaron a personas en tres continentes, rastrearon las redes sociales y entraron en terrenos peligrosos para ensamblar un rompecabezas transnacional con piezas repartidas en todo el planeta.

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