El periodismo de investigación es libertad de expresión, no ‘traición’

Reportaje

Escribí una historia que fue citada en una denuncia que condujo al primer juicio político contra Donald Trump. Ahora está siendo usada, como parte de una teoría de la conspiración, para atacar los fondos de cooperación internacional y la libertad de expresión. Esto fue lo que realmente pasó.

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Por

Aubrey Belford
OCCRP
12 de febrero de 2025

Es común que periodistas de investigación sean acusados de ser agentes pagados por una potencia extranjera. Los dictadores y cleptócratas lo hacen todos los días. Pero es totalmente distinto volverse parte de una teoría de conspiración sobre el “estado profundo”, respaldada por el hombre más rico del mundo y los simpatizantes del presidente de los Estados Unidos.

Eso fue lo que me pasó hace unos días. Todo inició con esta historia, que escribimos con una colega en colaboración con Buzzfeed News en julio de 2019. Revelaba los intentos de Rudy Giuliani por conseguir información negativa sobre los oponentes políticos de Donald Trump en Ucrania, donde yo vivía en ese entonces.

La historia provocó un pequeño revuelo cuando se publicó, principalmente entre políticos y observadores de Ucrania, pero no tuvo mucho impacto. Eso no era un problema para mí. Como periodista australiano trabajando en Europa del Este, estaba orgulloso de publicar una historia interesante con elementos novedosos sobre los negocios de Giuliani en Ucrania. Pero en septiembre de ese año, la investigación fue citada en los pies de página del reporte de un denunciante de la CIA que desató el primer juicio político contra Trump.

Esa mención está ahora en el centro de afirmaciones absurdas de que nosotros, como reporteros profesionales, fuimos parte de un complot del “estado profundo” para derrocar al presidente de los Estados Unidos. El pretexto es que, como decenas de medios independientes alrededor del mundo, OCCRP ha recibido subvenciones de USAID, la agencia de Estados Unidos para el desarrollo extranjero, que recientemente quedó en la mira de la nueva administración Trump. (Como todos nuestros donantes, USAID está contractualmente obligada a no intervenir en nuestro trabajo editorial).

Un escritor particularmente inquieto, Michael Shellenberger, quien se identifica a sí mismo como un defensor de la libertad de expresión, ha ido mucho más lejos al etiquetar a nuestra historia como “altamente ilegal e incluso traidora”.

¿Lo irónico de todo esto? La historia inició como una investigación con el mismo objetivo de Giuliani: Hunter Biden (el hijo del expresidente de Estados Unidos Joe Biden) y Burisma, la compañía gasera ucraniana para la que él trabajaba. Pero el problema con el periodismo objetivo es que este puede llevarte a lugares inesperados.

Así es como esto inició.

Era la mitad del 2019 y yo era relativamente nuevo en Ucrania, a donde me mudé para vivir con mi ahora esposa y trabajar como editor de OCCRP ayudando a periodistas locales con sus investigaciones. Le pregunté a mis colegas ucranianos sobre qué creían que tenían que ser nuestros focos. Me sugirieron que miráramos los negocios de Hunter Biden y Burisma

Ya existían artículos sobre la cuestionable relación del joven Biden con la compañía. Como periodista de investigación, me preguntaba si podríamos encontrar algo nuevo qué decir del asunto.

Me encontré con una serie de artículos escritos por John Solomon —un periodista conservador— para The Hill, en los que hizo la explosiva afirmación de que Joe Biden presionó a Ucrania para despedir a su exfiscal general, Viktor Shokin, con la intención de enterrar un caso contra Burisma.

Para corroborar eso, llamé a algunos expertos anticorrupción en Ucrania quienes habían sido parte de los esfuerzos para investigar a Burisma. Fueron muy amables pero era muy claro que pensaban que era un poco novato.

Me explicaron que tenía la historia al revés. Los ucranianos, dijeron, estuvieron en las calles protestando contra Shokin porque era quien protegía a Burisma de una investigación, no al revés. De hecho, Biden pidió que Shokin fuera despedido a pesar de que su hijo seguía recibiendo un sueldo de Burisma. Esto no absuelve a Hunter de sus malas acciones, pero mostraba que, aunque recibía un jugoso salario, no logró el nivel de acceso a información privilegiada que Burisma había esperado.

Mi idea original para la historia había muerto, aunque finalmente terminé trabajando en otra investigación que ponía al socio de Hunter Biden en la mira. (Curiosamente, nuestros detractores parecen pasar esta por alto).

Mientras tanto, tenía un nuevo misterio qué resolver: cómo es que una versión distorsionada de la historia de Hunter Biden/Burisma había tenido tanto empuje en Estados Unidos. Yo normalmente no cubro los Estados Unidos y me sentía un poco fuera de lugar. Entonces, mis colegas ucranianos y yo entramos en contacto con BuzzFeed News para colaborar.

Buscamos en internet y empezamos a hacer llamadas en ambos lados del Atlántico. La historia al revés contada por Solomon (y Giuliani) claramente vino del exFiscal Shokin y su sucesor, Yuriy Lutsenko.

Pensamos en que la respuesta podría venir de dos misteriosos personajes con vínculos ucranianos que habían entablado una relación cercana con Giuliani: Lev Parnas e Igor Fruman. Nacidos en la Unión Soviética, ambos siguieron su vida en el sur de Florida. Fruman era un hombre de negocios que tenía vínculos con un gángster famoso de la ciudad ucraniana de Odesa, conocido como La Bombilla. Parnas era un excorredor de bolsa con un historial de deudas sin pagar.

Mientras que BuzzFeed fue a Florida para investigar sobre ellos, mis colegas y yo comenzamos a hablar con personas en Ucrania sobre lo que sabían.

La historia resultó ser bastante sencilla. Con la ayuda de Penas y Fruman, los empresarios y fiscales ucranianos convencieron a Giuliani de que ellos le proveerían información política falsa pero útil sobre Biden. A cambio esperaban el despido de la embajadora de Estados Unidos en Ucrania, Marie Yovanovitch, quien había traicionado a algunos de esos fiscales.

Publicamos la historia el 22 de julio de 2019 y eso fue todo. Entonces, dos meses después, mientras me recuperaba de una cirugía de hombro, recibí una avalancha de mensajes. Un reporte de un denunciante de la CIA, que decía que Trump había presionado al presidente de Ucrania para iniciar una investigación contra Joe y Hunter Biden, estaba en los periódicos. Colegas con buen ojo notaron nuestra historia mencionada en los pies de página.

¿Cómo es que este empleado de la CIA sabía de nuestra historia? Mi suposición más alocada es que la conoció como el resto de la gente: en Internet.

Eso hirió un poco mi ego, pero pocos periodistas u operadores políticos realmente se interesaron en la historia en su momento, a pesar de que apareció en el reporte del denunciante. Probablemente evaluaron acertadamente que no tuvo mayo protagonismo en el juicio político.

Regresé a vivir a Australia justo después de la invasión rusa contra Ucrania y no di mucha importancia a la historia. Solo hasta que se volvió el blanco de un torbellino de indignación digital tras el desmantelamiento de USAID por la administración Trump y el Departamento de Eficiencia Gubernamental de Elon Musk.

El detonante parece ser una publicación del 3 de febrero en X de Mike Benz, un exempleado del Departamento de Estado. (Benz fue desenmascarado por NBC News en 2023 como “Frame Game”: un influencer anónimo cuyas publicaciones anteriores incluyeron la declaración “Mierda, Hitler en realidad tenía algunos puntos decentes”).

Benz afirmó falsamente que USAID pagó “20 millones de dólares a periodistas para desenterrar mugre sobre Rudy Giuliani y usar esa mugre como la base para destituir al presidente en funciones de Estados Unidos en 2019”. Este señalamiento fue rápidamente republicado por el propietario de X, Elon Musk.

Después de esto vino Shellenberger, un antiguo experto en relaciones públicas cuyos clientes incluyen al fallecido dictador petrolero venezolano Hugo Chávez. En su propio ataque contra el trabajo “traidor” de OCCRP, agregó más detalles que extrajo de una historia sobre nuestra organización- ampliamente criticada - que se publicó el año pasado.

El periodismo de investigación es un trabajo arduo. Requiere encontrar patrones entre grandes volúmenes de información confusa, armar un rompecabezas complejo y ponerlo a prueba con mucho esmero para que pueda resistir cualquier desafío. Mi historia de 2019 fue cuidadosamente verificada y su veracidad nunca ha sido puesta en duda —ni siquiera por sus críticos actuales—.

En contraste, la teoría de conspiración es una grotesca imitación del periodismo real: un pastiche de hechos vagamente conectados, pegados con insinuaciones y fantasía pura.

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